España se proclamó campeona del mundo tras vencer a Inglaterra (1-0) en la final del Mundial disputada en el estadio olímpico de Sídney ante 75.784 espectadores que fueron testigos del día más importante de la selección. Un gol de Olga Carmona fue suficiente para que España alzara al cielo australiano el cetro más preciado y pueda bordar en su escudo la primera estrella.
Siete partidos y siete alineaciones de España. La elegida por Vilda para entrar en la historia fue la formada por Cata, Batlle, Paredes, Codina, Olga, Tere, Bonmatí, Jenni, Alba, Mariona y Salma, un once coherente con lo demostrado en el camino hacia la final y que debía hacer frente a la estrategia de Wiegman, que apostó por dejar en el banquillo a la irreverente James para dar continuidad a Toone.
El duelo de pizarras fue una auténtica partida de ajedrez jugando al despiste sin traicionar al estilo propio. Inglaterra quiso sorprender con una presión alta y buscando la espalda de Olga y España con un juego más vertical y dinámico que el que marca su libro de estilo. Hemp y Salma focalizaron el peligro en ambas áreas. La inglesa estrelló un balón en el travesaño tras aprovechar una asistencia de Daly dentro del área. En la jugada siguiente, un centro de Olga se paseó por el área sin que Paralluelo acertara en el remate y Alba estuvo a punto de marcar, pero su remate lo sacó Earps en un ejercicio de reflejos.
España es insuperable con balón, pero sin él está aún aprendiendo a sufrir. Las pérdidas en el centro del campo comprometieron en más de una ocasión a la zaga española e impidió que el equipo creara con la soltura habitual. Pero en un nuevo ejercicio de madurez y paciencia como los que llevó a este equipo a la final, llegó el primer tanto del partido. Un robo de Tere en línea de tres cuartos habilitó a Mariona, cuyo pase filtrado lo aprovechó Olga para, con un zurdazo a 97 km/h, metiera el balón en la jaula. Tras el gol hubo que remar, como es lógico, siendo un fallo en el remate de Toone en boca de gol la ocasión más notable de una Inglaterra que tuvo que dar las gracias de que el luminoso no se volviera a alterar. En la última jugada del primer acto, una asistencia de Ona fue resuelta por Salma con la derecha al palo.
Wiegman tuvo que mover ficha en el entreacto, sacando a dos agitadoras como James y Kelly. La segunda tuvo el gol del empate en un centro lateral que se paseó por el área y que la del City no logró tocar por milímetros... y la oposición de una Ona colosal. Poco después, un centro-chut de Kelly se estrelló en el travesaño ante la atenta mirada de una Cata que, por segura, a veces parece temeraria.
Cuando peor lo pasaba España, un barullo en el área del que Mariona quiso sacar partido, se resolvió con penalti -tras llamada del VAR- por manos de Walsh. Jenni asumió galones, pero su lanzamiento, como ocurriera en el estreno ante Costa Rica, no acabó en gol. Earps adivinó la trayectoria y dio una vida extra a su equipo.
El partido se complicaba aún más con la lesión de Codina, que se resentía de sus problemas físicos y tenía que ser reemplazada por Ivana. Poco antes había salido al verde Oihane, pro primera vez en este Mundial en la posición de interior, por lo que todo apuntaba a un final de partido nadando a contracorriente con las fuerzas que quedasen. Hubo que jugar a ese otro fútbol que tanto hemos sufrido en contra, a mimar el balón de forma ralentizada, a tirar de oficio con la cabeza fría y el corazón ardiendo.
Se sufrió, mucho, pero también se dispuso ocasiones para sentenciar el choque. La enésima internada de Ona, justo cuando la cuarta árbitra señalaba el cartelón de 13 minutos de añadido, obligó a Earps a firmar una parada con los pies más propia del balonmano. El reloj de arena se consumió lentamente, bendita tortura, hasta que el pitido final del choque se entremezcló con los gritos de alegría, los llantos de felicidad y el subidón de adrenalina que durará para la eternidad. España tocó el cielo y allí estuvimos para contarlo. Fue un placer. Gracias.